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Los levantamientos contra el terrorismo policial en EEUU sacuden los cimientos del Estado


Este miércoles, el alcalde del estado de Minnesota anunció que Derek Chauvin, el policía que sofocó a George Floyd, será acusado de asesinato intencional y que los otros tres policías cómplices finalmente serían arrestados. Esta es una importante victoria del movimiento. Pero estas protestas son distintas a todo lo que hemos visto antes, y tienen un gran potencial para desarrollarse y profundizarse.


Por más de una semana, nuevas protestas han irrumpido diariamente por todo Estados Unidos en respuesta al asesinato de George Floyd por la policía de Minneapolis. Lo que comenzó en Minneapolis como un pequeño levantamiento contra décadas de violencia policial se ha esparcido por casi todas las principales ciudades del país y de muchas pequeñas ciudades y pueblos. Chicago, Los Angeles, Nueva York, Oakland, Seattle, Denver, Louisville, Washington D.C., Atlanta y más de 140 otras ciudades han explotado en rabia y agitación. Mientras tanto, trabajadores de todo el mundo han llevado a cabo manifestaciones y marchas en solidaridad en Londres, Berlin, Auckland, Copenhagen y Toronto. El martes en París, miles de manifestantes se enfrentaron a la policía demandando justicia por George Floyd y por el fin del racismo policial. A pesar de la amenaza del coronavirus, además de la represalia policial, cientos de miles de personas alrededor del mundo ha tomado espontáneamente las calles para pedir el fin de la violencia policial y mostrar en forma directa su enojo por un sistema que los ha abandonado.


Los manifestantes en Estados Unidos se han enfrentado con la policía y quemado patrulleros, edificios gubernamentales, comercios y la Guardia Nacional ha sido desplegada en varias ciudades y estados de todo el país para calmar la agitación. Entretanto, miles de manifestantes han sido arrestados, cientos han sido heridos por armas “no letales”, muchos han sido asesinados y al menos dos periodistas han perdido ojos tras haber sido alcanzados por balas de goma disparadas por la policía. El presidente Donald Trump -no ajeno a controvertidas incitaciones a la violencia- ha envalentonado al Estado y a los vigilantes blancos armados a atacar a manifestantes, diciendo “cuando comienzan los saqueos, comienzan los tiros”, demostrando dónde residen sus prioridades. Desde entonces han habido al menos dos hechos de violencia de vigilantes blancos contra manifestantes, y el domingo, el dueño de un restaurante, David McAtee, fue asesinado por la Guardia Nacional en Louisville, Kentucky. Su cuerpo fue dejado en la calle por 12 horas. El día siguiente, en conferencia con los gobernadores, el presidente Trump dijo que su respuesta a las manifestaciones ha sido “débil” y los urgió a “dominar” a los manifestantes revoltosos, y agregó “tienen que arrestar gente, y tienen que ser juzgados e ir a la cárcel por largos períodos de tiempo”. Estas declaraciones vienen apenas horas después que los manifestantes en Washington D.C. rodearon la Casa Blanca, prendieron fuego a una caseta de guardia y se enfrentaron al servicio secreto en el Lafayette Park mientras Trump estaba escondido en el búnker de la Casa Blanca.


A pesar de la retórica del presidente y los enormes trastornos, el daño a la propiedad y los saqueos, la mayoría de los estadounidenses siguen apoyando a los manifestantes y sus demandas. Las redes sociales, incluso de varias grandes compañías y corporaciones, están llenas de mensajes de solidaridad. Mientras tanto, la encuesta nacional de Reuters publicada el martes mostró que el 64 % de los encuestados eran “comprensivos con las personas que están protestando” y 47 % dijeron estar en desacuerdo con la respuesta de la policía. Apenas el 27 % dijo que se opone a las protestas. En una encuesta de Monmouth también publicada el martes, el 78 % de los encuestados dijeron que “la rabia que llevó a estas protestas esta justificada o totalmente justificada” y un extraordinario 54 % acuerda con esa misma afirmación incluso cuando se les pidió sopesar esa afirmación a la luz de lo ocurrido durante las protestas. Esto sugiere que hay, al menos por el momento, un amplio acuerdo que algo debe hacerse sobre el problema de la violencia policial. Qué tan lejos los estadounidenses están dispuestos a ir en apoyo a los manifestantes está por verse, pero claramente hay vastos sectores de la clase obrera listos y deseando levantarse por un cambio sustantivo.


El momento de los fenómenos aberrantes

Aunque los eventos que se desarrollan ante nosotros son muy fluidos, cambiando casi diariamente, una cosa es clara: la naturaleza, amplitud y volatilidad de estas protestas no se veían en Estados Unidos desde hace décadas. El equivalente inmediato podrían ser las Revueltas de Rodney King de 1992, que en cinco días se esparcieron de Los Ángeles a varias ciudades del país. Pero las protestas por George Floyd han durado una semana entera, y a pesar del toque de queda y la represión policial, muestra pequeños signos inmediatos de desaceleración.


Además, el contexto social y político del levantamiento de esta semana es mucho más dinámico y volátil que en 1992, cuando el poder de Estados Unidos estaba en su apogeo. Por eso es posible que veamos una fase mucho más larga de agitaciones y revueltas periódicas similares a las manifestaciones y enfrentamientos del “largo verano caliente de 1967”, cuando más de 150 levantamientos -mayormente en respuesta a la violencia policial- tuvieron lugar en todo el país durante tres meses. Al igual que las revueltas globales de finales de los sesenta, del cual el largo verano caliente fue solo una parte, el levantamiento de esta semana es producto de una serie de crisis social política y económica que se cocinaban a fuego lento y fueron llevadas al punto de ebullición por la pandemia del Coronavirus.


Pero esa conjunción de crisis son parte de una aún mayor y más larga “crisis orgánica” en curso del capitalismo, de proporciones y exhaustividad tales que han puesto en cuestión la legitimidad misma de todo el sistema. Estas situaciones, como describió Antonio Gramsci, son un tipo de interregno, un período de cambio en el que “el viejo mundo está muriendo, y el nuevo mundo lucha por nacer”. En un contexto como ese, podemos entender mejor estas protestas tal vez como el primero de muchos dolores de parto que esperamos ver en los próximos meses o años.


Sin embargo, mientras estas crisis irresueltas están golpeando a los trabajadores de todos los lugares, han sin lugar a dudas, golpeado particularmente fuerte a los negros estadounidenses.Y como grupo más explotado de la clase obrera en Estados Unidos, es natural que hayan sido la vanguardia de estos levantamientos. La pandemia del covid-19 y la resultante crisis económica, desempleo masivo, extremismo de la derecha, y la violencia policial en curso, han devastado las comunidades negras. Los negros estadounidenses, por ejemplo, tienen tres veces más posibilidades de morir de Covid-19 que los blancos estadounidenses. Desde la cuarentena, la tasa de desempleo para los negros estadounidenses alcanzó el 16,7 %, dos puntos y medio más alta que la tasa de desempleo entre los blancos. Mientras tanto, los ingresos de los negros, que ya habían sido devastados por la crisis económica de 2008, ahora son más bajos comparados a los de los blancos que en cualquier otro momento del último siglo. Y por supuesto, las personas negras siguen enfrentando la opresiva y racista sobrevigilancia y violencia y hostigamiento policial en sus comunidades. Pero como revelaron las imágenes nocturnas de estas protestas, no solo las personas negras se levantaron.


Jóvenes negros y blancos en la línea de frente

Lo que estamos viendo en las calles ahora es la expresión de una extendida bronca de una vanguardia multirracial de gente mayormente joven que han estado en la vanguardia de muchas de estas manifestaciones y enfrentamientos con la policía. Mientras el terror y represión policial son por lejos la principal preocupación de los manifestantes -que han logrado conquistar el arresto de los cuatro policías involucrados en el asesinato de Floyd- es claro que la indignación va más allá de la policía. El terror policial, después de todo, es solo el ejemplo más obvio y descarado de lo que son más amplios y profundos niveles de represión y privación de derechos. Detrás de los asesinatos policiales, hay cientos de jóvenes de color que han sido golopeados, hostigados y encarcelados. Y detrás de cada revuelta hay millones de trabajadores y personas de color enfrentando privaviones, enfermedades, violencia doméstica, desempleo e inseguridad alimentaria y habitacional.


Estas manifestaciones no solo revelan la bronca reprimida de toda una generación de jóvenes blancos y negros, sino que señalan una amplia y creciente desconfianza en las instituciones estatales. El alto nivel de desempleo que muchas personas jóvenes enfrentan ahora, superior al 30 % para los que tienen entre 18 y 24 años, combinado con el endeudamiento masivo, la caída de las condiciones de vida y la siempre presente amenaza de cambio climático, ha dejado a una generación entera con poca esperanza y aun menos confianza en las instituciones de los negocios, del gobierno y de la policía. En una encuesta de Harvard realizada el 23 de abril, un mes después de la paralización del país, solo el 8 % de los dos estadounidenses entre 18 y 29 años creían que el Gobierno ha trabajado como debería, mientras el 39 % creía que las instituciones necesitan ser reemplazadas y no meramente reformadas. Es un largo camino desde el reformismo que hace apenas unos meses fue un componente común del apoyo de la izquierda al candidato Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata.


Hace algunos meses atrás, la gente joven estaba entusiasmada con la candidatura de Bernie Sanders. Sanders había capturado las aspiraciones de la juventud en Estados Unidos, y por un breve momento pareció que el Partido Demócrata podría ser capaz, después de todo, de ser un vehículo para reformas significativas. Sin embargo, su campaña estuvo a menudo varios pasos detrás de lo que sus seguidores estaban demandando, y su fracaso en lograr incluso una porción de las modestas reformas como prometió, sin mencionar su apoyo a Joe Biden, dejó muchos de sus seguidores desilusionados y enojados. Entonces vino la pandemia, y con ella la segunda crisis económica de magnitud para la generación millennial, que ya alcanzaron la mayoría de edad en el medio de la recesión de 2008. Las condiciones de la pandemia y la oleada de lucha de clases que le siguió ha contribuido a la radicalización de toda una camada de trabajadores esenciales jóvenes y precarios que están en la línea de frente. La juventud negra y blanca que marchan ahora lado a lado en las calles al grito de “No justice, no peace” (sin justicia no hay paz) no está amenazando en vano, y parece claro que restablecer la paz burguesa no será fácil.


¿Para qué nos preparamos?

Aunque es temprano para decir si estas protestas van a seguir por semanas o meses, o si los enfrentamientos entre los manifestantes y la policía se intensificarán, es claro que hay millones de jóvenes y no tan jóvenes, trabajadores listos para pelear. Pero el movimiento tiene muchos desafíos por delante. Pura espontaneidad puede desgastarse y agotarse rápidamente si el movimiento no se da metas claras. Las movilizaciones callejeras pueden ser potentes, pero no alcanzan para forzar al Estado a terminar el tipo de violencia racista que se llevó las vidas de George Floyd, Breonna Taylor, Sean Reed, Ahmed Arbery y tantos otros. Resta saber si el movimiento se volverá masivo, abrazará un objetivo claro, y comenzará a tomar formas más concretas de autoorganización como asambleas populares capaces de actuar como puente entre la vanguardia en las calles y el resto de la clase obrera. Aunque muchos sindicatos apoyan el movimiento y hay muchos casos de solidaridad de los trabajadores en todo el país, esto no es suficiente. Las luchas que se avecinan no harán más que intensificarse y, por lo tanto, es más vital que nunca que los sectores ya organizados y no organizados de la clase obrera luchen juntos.


El mayor riesgo que pende ahora sobre la cabeza del movimiento es que la vanguardia movilizada, que ha liderado estas protestas, se separe del movimiento de masas. Esto es ciertamente el resultado que al Partido Demócrata le gustaría ver y está persiguiendo activamente. Distinguiendo a manifestantes buenos de malos, o entre “activistas reales” y los denominados “agitadores externos”, el Partido Demócrata y los líderes de la comunidad ligados a él están buscando dividir al movimiento y canalizar la energía hacia la política electoral y la campaña legislativa. Para lograr su fin, el movimiento debe rechazar explícitamente la política del Partido Demócrata y exigir la inmediata renuncia de esos políticos responsables por la muerte de George Floyd y el abuso contra los manifestantes, como el alcalde de Minneapolis Jacob Frey o el gobernador de Minnesota Tim Walz.

En este momento es importante para el movimiento seguir denunciando y distanciándose de los dos partidos capitalistas, en particular del Partido Demócrata, que dice representar a la comunidad negra, pero la izquierda debe luchar también por la emergencia de una nueva organización socialista en Estados Unidos.


Es posible que un sector de vanguardia de los trabajadores esenciales y el movimiento contra la brutalidad policial siga radicalizándose en busca de una nueva alternativa política. Es por eso que los socialistas, además de ser parte del movimiento y de las protestas, debe también agitar por la ruptura definitiva con el Partido Demócrata y la creaciçon de un partido socialista independiente de los partidos capitalistas. Solo una organización así puede transformar esta experiencia de lucha de clases en una herramienta para luchar las batallas que vendrán. No podemos permitir que la energía que ha sido vertida en las calles se diluya con el canto de sirena del mal menor. Necesitamos una organización política propia. Este es el momento.



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